LA REALIDAD DE LO QUE SE ESTÁ VIVIENDO EN LAS ZONAS MÁS AFECTADAS DE VALENCIA. SUS VECINOS HAN PERDIDO EL MIEDO A CONTAR LA BARBARIE DE LA QUE ESTÁN SIENDO TESTIGOS.
El pasado 29 de octubre de 2024 una DANA asoló la costa levantina de nuestro país. Fue una de las peores catástrofes que se recuerdan en España, dejando a su paso 222 víctimas mortales y 4 desaparecidos, según cifras oficiales.
El dolor de las personas que lo han perdido todo puede verse en esos rostros llenos de tristeza, que sin descanso arrastran cepillos por los suelos de sus casas buscando retirar el infinito lodo que parece imposible de eliminar.
Ellos no están solos, y así lo sienten. Porque, aunque las circunstancias no hayan sido buenas, quizá nunca pensaron que esta situación desencadenaría el mayor gesto de grandeza del ser humano. Esa esa capacidad de empatizar a tal nivel que haya gente que deje sus vidas para acudir a una emergencia nacional a cientos de kilómetros de sus casas.
Por las calles de Paiporta, Benetússer, Massanassa, Catarroja o Alfafar cuesta ver a una sola persona que no esté ayudando. Da igual la edad y da igual la procedencia. “El pueblo por el pueblo” es un mantra que no deja de repetirse y que aquí llevan todos por bandera.







La mejor manera de entender la realidad de la situación es a través de los testimonios de aquellos que han perdido todo.

“He intentado quitarme la vida varias veces. Ahora me han vuelto las ganas de tener un futuro, eso lo han conseguido los voluntarios”. Mari Carmen posa junto a la fila de recogida de alimentos de Carrer Nou octubre.
TESTIMONIO DE MARI CARMEN:
Mari Carmen, una valenciana de que se encuentra de camino a un punto de recogida de alimentos del pueblo de La Torre, habla con un positivismo abrumador que choca al escuchar su historia: “estoy intentando ordenar lo poco quemehaquedado,misrecuerdos.Meencantanlasfotos paramisonlomás importante, mucho mas que los muebles o los bojetos; mi gente, mi familia, mis niños... he perdido tanto...”
El testimonio de Mari Carmen es estremecedor. Se casó con tan solo 18 años y con 58 tomó la decisión de divorciarse como consecuencia de un maltrato constante que sufría por parte de su expareja. “esa fue la primera vez que me quedé sin nada. Me fui con lo puesto, estaba sola. Ahora tengo a mis hijos que me apoyan mucho, pero lo he pasado muy mal”.
Esta mujer a la que se le intuyen los ojos detrás de unas gafas que parecen no parar el sol, hace una declaración brutal y maravillosa a la vez: “he intentado quitarme la vida varias veces, tenía una enrome depresión por la que tuve que medicarme. Yo ya no quería vivir mas, pero a pesar de estar viviendo este drama, lejos de volver a hundirme, me han vuelto las ganas de tener un futuro y eso lo han conseguido los miles de voluntarios que vienen aquí a estregarse por unos desconocidos. Es toda una leccionn de vida. Los jóvenes son una generación increíble.”
Mari Carme respira hondo tras haberse quitado un peso de encima poniendo sobre la mesa un tema tan relevante como la salud mental que puede verse trastocada por situaciones tan complicadas como la que están viviendo los valencianos en estos momentos.
Agarrando un carrito con ruedas que a duras penas se arrastra por el lodo que va secándose poco a poco, Mari Carmen va a recoger algo de leche y comida que no tiene en “casa” (o lo que queda de ella), de camino se gira y agradece de nuevo: “me habéis devuelto las ganas de vivir”.
TESTIMONIO DE ROSA:
En Paiporta, Rosa una mujer que parece no llevar trabajando 9 días sin descanso, nos cuenta lo que supone ver la dureza no solo de las imágenes que recuerda de la catástrofe, sino de los días posteriores.
“Estoy muy nerviosa, me siento impotente, esto es un cementerio y aunque digan que no hay más muertos, no es cierto”.
Desesperada pide a las autoridades que les defiendan, que defiendan al pueblo, que den la cara por ellos. Sin embargo, rompe a llorar de manera desconsolada cuando cuenta como la madrugada pasada en la que se quedó cuidando de todas las donaciones recibidas, las autoridades sacaron cinco cuerpos entre los escombros cercanos a las vías de tren de Paiporta: “no quieren que los veamos, supongo que será por no generar alarma social, pero la realidad es que nos están engañando a todos. Mi íntima amiga ayer por la calle se encontró una mano que salía de debajo de una montaña de piedras y lodo, era el cuerpo de un hombre. Esto es un auténtico cementerio y no saben cómo encubrirlo”.
De manera atropellada Rosa intenta explicar las distintas situaciones “mi hermano que vive en Picaña, al ver que las autoridades no llegaban, el miercoles apartó junto a unos vecinos un coche, debajo encontraron el cuerpo de una mujer que no fueron a quitarlo hasta el sábado”.
Con especial hincapié, Rosa, valora el trabajo de los voluntarios que han ido a ayudar y asegura que aunque el gobierno esté pidiendo que no se desplacen más voluntarios a las zonas afectadas, realmente se necesitan muchas más manos. “si la gente no viene, nosotros nos morimos. Nadie es consciente de la cantidad de ancianos que hay viviendo en los pisos de arriba y que se están muriendo lentamente si nadie se preocupa de ellos”.
Es evidente que la barbarie está pasando factura a gente que como Rosa que asegura “no poder más”.

Rosa prepara alimentos para entregar a los afectados en un “campamento” improvisado de recogida de objetos y comida.

Cadena de voluntarios que trasnportan lodo en las calles de Paiporta para devolverlo al cauce del rio
Se respira caos y devastación en las calles de la zona cero de la DANA. Sin embargo, dentro del ojo del huracán, existe un ambiente de agradecimiento tan profundo que resulta imposible no sentirse lleno al salir incluso del lugar más catastrófico. La peor situación vivida en los últimos tiempos en España ha hecho despertar a los jóvenes que pasan horas retirando lodo lejos de sus casas. Esa famosa “generación de cristal” ha resultado estar hecha de hierro. Los voluntarios son una mano tendida a la que los valencianos se agarran con fuerza y desesperación, esperando un respaldo por parte de las instituciones que, a día de hoy, sigue sin llegar.






